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Lo que significa el ataque de Israel a Irán para el futuro de la guerra | Conflicto de Israel-Irán

En la oscuridad predada del 13 de junio, Israel lanzó un ataque «preventivo» contra Irán. Las explosiones sacudieron varias partes del país. Entre los objetivos se encontraban sitios nucleares en Natanz y Fordo, bases militares, laboratorios de investigación y residencias militares superiores. Al final de la operación, Israel había matado al menos a 974 personas, mientras que los ataques de misiles iraníes en represalia habían matado a 28 personas en Israel.

Israel describió sus acciones como autodefensa anticipada, alegando que Irán estaba a solo semanas de producir un arma nuclear funcional. Sin embargo, la evaluación de inteligencia, incluso por el aliado israelí, los Estados Unidos, y los informes de la Agencia Internacional de Energía Atómica (OIEA) no mostraron evidencia de que Teherán persigue un arma nuclear. Al mismo tiempo, los diplomáticos iraníes estaban en conversaciones con homólogos estadounidenses para un posible nuevo acuerdo nuclear.

Pero más allá del análisis militar y geopolítico, se cierne una pregunta ética seria: ¿es moralmente justificable lanzar una huelga tan devastadora basada en lo que ha hecho un estado, sino en lo que podría hacer en el futuro? ¿Qué precedente establece este para el resto del mundo? ¿Y quién decide cuándo el miedo es suficiente para justificar la guerra?

Una apuesta moral peligrosa

Los éticos y los abogados internacionales trazan una línea crítica entre la guerra preventiva y preventiva. La preferencia responde a una amenaza inminente, un asalto inmediato. La guerra preventiva ataca contra una posible amenaza futura.

Solo el primero cumple con los criterios morales arraigados en las obras filosóficas de pensadores como Agustín y Aquino, y reafirmados por teóricos modernos como Michael Walzer, que se hacen eco de los llamados Fórmula de Carolinelo que permite la fuerza preventiva solo cuando una amenaza es «instantánea, abrumadora y no dejando ninguna opción de medios, y ningún momento para la deliberación».

La redada de Israel, sin embargo, falla esta prueba. La capacidad nuclear de Irán no fue semanas posterior a la finalización. La diplomacia no se había agotado. Y la devastación se arriesgó, incluidas las consecuencias radiactivas de las salas de centrífugas, excedió con creces la necesidad militar.

La ley refleja las limitaciones morales. El Artículo 2 (4) de la ONU prohíbe el uso de la fuerza, con la única excepción en el Artículo 51, que permite la defensa propia después de un ataque armado. La invocación de Israel de la autodefensa anticipada se basa en la costumbre legal disputada, no la ley de tratados aceptada. Los expertos de la ONU han llamado a la huelga de Israel «un acto descarado de agresión» que violan las normas de Jus Cogens.

Tales excepciones costosas corren el riesgo de fracturar el orden legal internacional. Si un estado puede reclamar de manera creíble la preferencia, otros también lo harán, desde China reaccionando a patrullas cerca de Taiwán, a Pakistán reaccionando a la postura india percibida, socavando la estabilidad global.

Los defensores de Israel responden que las amenazas existenciales justifican la acción drástica. Los líderes de Irán tienen una historia de retórica hostil hacia Israel y han respaldado constantemente grupos armados como Hezbolá y Hamas. La ex canciller alemana, Angela Merkel, argumentó recientemente que cuando la existencia de un estado está bajo amenaza, el derecho internacional lucha por proporcionar respuestas claras y procesables.

Las cicatrices históricas son reales. Pero los filósofos advierten que las palabras, por odio, por odio, no equivalen a actuar. La retórica se distingue de la acción. Si solo el discurso justificó la guerra, cualquier nación podría librar una guerra preventiva basada en la retórica odiosa. Nos arriesgamos a ingresar a un «estado de la naturaleza» global, donde cada momento tenso se convierte en motivo de la guerra.

La tecnología reescribe las reglas

La tecnología aprieta el apretón de precaución moral. Los drones y los F – 35 usados ​​en el aumento del león se combinaron para paralizar las defensas de Irán en cuestión de minutos. Las naciones una vez podrían confiar en el tiempo para debatir, persuadir y documentar. Los misiles hipersónicos y los drones impulsados ​​por la IA han erosionado esa ventana, ofreciendo una recta elección: actúe rápidamente o pierda la oportunidad.

Estos sistemas no solo acortan el tiempo de decisión, sino que disuelven el límite tradicional entre la guerra y el tiempo de paz. A medida que la vigilancia de los drones y los sistemas autónomos se integran en la geopolítica cotidiana, la guerra corre el riesgo de convertirse en la condición predeterminada y la paz es la excepción.

Comenzamos a vivir no en un mundo de crisis temporal, sino en lo que el filósofo Giorgio Agamben llama un estado permanente de excepción, una condición en la que la emergencia justifica la suspensión de las normas, no ocasionalmente sino perpetuamente.

En tal mundo, la idea misma de que los estados deben justificar públicamente los actos de violencia comienzan a erosionarse. La ventaja táctica, acuñada como «superioridad relativa», aprovecha este plazo comprimido, pero gana terreno a un costo.

En una era donde la inteligencia clasificada desencadena una reacción casi instantánea, se retira el escrutinio ético. Las futuras doctrinas de First-Move recompensarán la velocidad sobre la ley y la sorpresa sobre la proporción. Si perdemos la distinción entre paz y guerra, corremos el riesgo de perder el principio de que la violencia siempre debe justificarse, no se supone.

El camino de regreso a la restricción

Sin corrección inmediata del curso, el mundo corre el riesgo de una nueva norma: la guerra antes de la razón, el miedo antes de los hechos. La Carta de la ONU depende de la confianza mutua de que la fuerza sigue siendo excepcional. Cada televisión golpea a las fichas de esa confianza, lo que lleva a las carreras de armas y los ataques reflexivos. Para evitar esta cascada de conflicto impulsado por el miedo, varios pasos son esenciales.

Tiene que haber una verificación transparente: las reclamaciones de «amenaza inminente» deben ser evaluadas por entidades imparciales (monitores de OIEA, comisiones de investigación independientes, no enterradas dentro de los expedientes secretos.

La diplomacia debe tener prioridad: conversaciones, canales de espalda, sabotaje, sanciones: todo debe estar demostrablemente agotado previamente. No es opcionalmente, no retroactivamente.

Debe haber una evaluación pública del riesgo civil: los expertos en el medio ambiente y la salud deben intervenir antes de que los planificadores militares apreten el gatillo.

Los medios de comunicación, la academia y el público deben insistir en que estos umbrales se cumplan y mantengan a los gobiernos responsables.

La guerra preventiva puede, en casos raros, estar moralmente justificados, por ejemplo, misiles preparados en la plataforma de lanzamiento, flotas que cruzan las líneas rojas. Pero esa barra es alta por diseño. La huelga de Israel contra Irán no fue preventivo, no se lanzó no contra un ataque en desarrollo sino contra una posibilidad temida. Institucionalizar ese miedo como motivo de guerra es una invitación al conflicto perpetuo.

Si abandonamos la precaución en nombre del miedo, abandonamos los límites morales y legales compartidos que mantienen unidas a la humanidad. Solo la tradición de la guerra exige que nunca veamos a aquellos que nos pueden dañar como meras amenazas, sino como seres humanos, cada uno digno de una cuidadosa consideración.

La guerra de Irán y Israel es más que drama militar. Es una prueba: ¿el mundo todavía mantendrá la línea entre la autodefensa justificada y la agresión desenfrenada? Si la respuesta es no, entonces el miedo no solo matará a los soldados. Matará la frágil esperanza de que la restricción pueda mantenernos vivos.

Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no reflejan necesariamente la postura editorial de Al Jazeera.

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